jueves, mayo 22, 2008

Roberto

Roberto me golpeaba. Si, así como suena.
Me golpeaba con lo que tenía a mano; no importaba que fuera con un objeto, con la mano, con los pies o me estrellara contra la pared.
Él me golpeaba; y cada vez que lo hacía, en sus ojos negros, una veta sádica se vislumbraba.
Él era feliz haciéndolo, casi podría jurarlo.

Él antes no era así, cuando nos casamos era el paradigma de hombre, tierno, atento, cariñoso…él me respetaba, yo era su compañera de vida, de alma.
Y yo era tan feliz.

La primera vez que me golpeó fue el 26 de Abril de 2005, me acuerdo clarito por que ese día fue el cumpleaños de mi prima Claudia, él venia borracho y yo molesta por que se había pasado de copas, pero siempre he sabido, gracias a mi padre, que a un hombre borracho es mejor dejarlo dormir y conversar después. Así que ese día me fui derecho a la cama, estaba exhausta, sólo quería dormir y también discutir, pero eso, gracias al borracho de mi marido, lo dejaría hasta mañana.

Sentí primero sus manos en mis senos. Más que acariciarme, me estaba haciendo daño, también sentí su aliento fétido a piscola después; sus labios me susurraban algo que yo no entendía, bueno, sabía que quería, pero yo no estaba ni cerca de sentir ganas de hacer algo horizontalmente y se lo hice saber; sí que se lo hice saber.

Lo corrí de mi lado y le dije que con borrachos yo nada quería.

Y ahí vi, en ese mismo momento, como ese hombre para mí tan perfecto se transformaba en un completo extraño, de mi marido tierno no quedó ni la sombra. Y todo en exactamente cinco segundos y frente a mis desorbitados e incrédulos ojos.

Sentí escalofríos y cuando su mano estuvo cerca de mi cara, yo a lo único que atiné es a cerrar los ojos y esperar el golpe. El primero fué, por decirlo de alguna manera, “suave”, de a poco eso sí fueron siendo mas duros y en todas partes, en la cara, brazos y piernas.
Yo me acurruqué en la cama, así como un feto; cosa extraña, antes de no pensar en nada, la última imagen fue la cara de mi madre. Cómo quería en ese momento estar en sus brazos y fuera de peligro.

Se volvió loco, de ahí en adelante creo que algo en la cabeza se le zafó, por que no creo que una persona “normal” llegue a tanta violencia.
Y todo en media hora.

Me fui a la casa de mi madre, con una vergüenza enorme, con el orgullo por el suelo y con un ojo en tinta (y otros moretones que escondí). No lo quería ver, no quería saber nada de él; hasta su nombre me sabía a arena en la boca.

Pasaron las semanas, me llamaba, me buscaba, me mandaba flores, se preocupaba constantemente por mi.
Por unos maravillosos días creí que había vuelto a ser el Roberto de antes, mi Roberto amado.
Mi enojo y miedo se habían evaporado.

Me pidió otra oportunidad.
Dios, como cambia la gente; era un corderito, un pan dulce, un amor en todos los sentidos.
Supe que sólo había sido un desliz de su parte y me prometió por lo más sagrado, dijo, que jamás, jamás volvería a hacer algo de esa magnitud.

Y yo le creí.

Volvimos a nuestra casa, enamorados como dos colegiales. Éramos la pareja de antes. Yo era feliz.

Pero en algún lugar oscuro dentro de mí, no podía sacarme esos ojos de encima, esa miraba sádica que en sus ojos negros. En el fondo tenía miedo. Aún tenía miedo.

La segunda vez que me golpeó no me acuerdo la fecha. Sólo recuerdo que estaba sentada en el sillón y él llegó del trabajo hecho una furia, que la pega, que el jefe, etc. Llegó pateando la puerta y las sillas y todo lo que encontró.
Me acerqué a él para calmarlo y en vez de dirigir su furia a los muebles debió haber pensado que yo era un mejor blanco. Me dio un revés que me rompió el labio y me hizo caer, me miró en el suelo y como que volvió de un trance, me ayudó a levantar, me pidió disculpas. No pasó a mayores.

El tiempo pasó así, los años pasaron así, a una pelea que terminaba en golpes y de un genio que de la nada se descomponía, a besos, abrazos apasionados, a una ternura que desconocía en él, pero que me llenaba y me hacia olvidar cada golpe, cada palabra cruel.

Con el tiempo se volvió un poco extraño, más que celos parecía una enfermedad, no sé, mental.

Cada vez que salía de casa me miraba extraño, a veces incluso cuando me golpeaba decía que así aprendería a no engañarlo, me gritaba cosas horribles, como si yo fuera la gran puta de un burdel.

Cabe decir que por lo mismo no salía, mis vecinos, cada vez que “tenia” que salir, me miraban con cara de pena, y yo, avergonzada, bajaba la cabeza, no sabía donde meterme. Llegaba a mi casa y me encerraba en la pieza, lloraba por horas; lloraba de pena, de vergüenza, de humillada que me sentía.
Me sentía encerrada, prisionera entre ese hombre que desconocía y el que me había enamorado. Ya no aguantaba, varias veces quise terminar con mi vida, pero no lo hacia por cobarde, así como tampoco le ponía fin a las golpizas de Roberto.

Cobarde, cobarde, decía una y mil veces para mis adentros.

Lo odié, en ese tiempo sí que lo llegué a odiar.

Un día Roberto, todo tierno, me llamó que se iba a juntar con unos amigos a celebrar no sé qué. Apagué las luces y me acosté. Tuve un sueño extraño, sentía mucho frío, estaba empapada de sudor, sentía como si me estuviera ahogando. Desperté asustada y a Roberto mirándome fijamente, casi encima de mí, me había destapado y me recorría con esa mirada fría y negra.
Ahí supe lo que me esperaba.
Me agarro del pelo y con la fuerza que me lo tiró me botó de la cama, me pateo en el suelo hasta que se cansó…me desmayé del dolor y ahí quedé tirada en la alfombra. Desperté en el mismo sitio.

Me levanté como pude, miré a mí alrededor y ahí estaba él, durmiendo su borrachera en la cama, desparramado. Tomé la decisión e hice mi maleta. Me iba para siempre, ese hombre no merecía nada de mí. A la mierda mi amor por él, aunque a estas horas me preguntaba si eso era amor o miedo, o no sé qué que me tenia ahí, en es hogar que ya no era nada, con ese hombre que realmente odiaba.

Caminé a la cocina para ponerme hielo en el labio, despacio, para que no se despertara, me estaba enjuagando la sangre en el lavaplatos cuando lo sentí a mis espaldas; el vello se me erizó, me quedé pasmada, venia tambaleándose y diciendo cosas horribles y esa mirada…Dios, con esa mirada asesina que yo ya conocía tan bien.
No sé de donde saqué fuerzas, no sé que me paso por la cabeza, realmente recuerdo todo borroso, es más, si siquiera recuerdo bien que fue lo que exactamente pasó: un cuchillo de la cocina, sangre, la garganta abierta, su cuerpo convulsionándose en el suelo, espuma roja por su boca, sangre y más sangre. Cuando reaccioné eso fue lo primero que vi, mis manos que aún sostenían el cuchillo homicida, estaban sucias de él, el olor a sangre, como a clavo oxidado, me mareó más de lo que ya estaba, vomite bilis, me caí a suelo y lloré.

La policía llego en unos minutos, yo los llamé. A él y a mi nos llevaron en camillas, el sin vida y yo…yo casi sin alma.

Me encerraron.

Me trataron como una delincuente, mi madre lloraba y pedía que me dejaran libre, mi familia estaba destruida. Hicieron todo lo que pudieron para liberarme pero no hubo caso. Debe ser difícil para una madre ver a su hija encerrada así y mas encima si ésta está en ese lugar por haber matado a alguien. Aunque ese alguien de verdad se lo mereciera.

Me condenaron.

Llevo acá dos años de seis, ya me he acostumbrado a la rutina que hay acá, me costó un mundo adaptarme, pero cuando lo hice, ya no fue tan difícil. Mi familia viene a verme y me cuenta que es lo que pasa afuera, ya no me siento humillada ni cobarde, incluso estoy tranquila, duermo tranquila y no sueño que me ahogo.
Ya no me despiertan golpes, ni ando asustada por los rincones.
Ya no tengo miedo.

Ya no lo odio, sería extraño odiar a un muerto ¿no?

Pero acá, encerrada tras estas rejas, por fin…me siento libre.

7 comentarios:

Fran dijo...

(esto es off the record: con el video ese que tengo en mi blog, tenes que entrar al you tube y copiar el enlace que te dice: embed o algo asi. Desp lo pones en el blog y listo...)

Mamarracho dijo...

wow!!! quedé sin palabras!!! excelente

P dijo...

El gato estaba en el sillón, durmiendo, con la cabeza para abajo como siempre, en esa posición que me hace pensar que sabe lo que es una anteflexión y que apoya su cabeza contra el suelo para estirar su columna.

Mamarracho dijo...

cuando volveras?!

tierragramas dijo...

tarde llegué, pero acá estoy...

increíble relato.

Lo mío, mientras tanto, mi tierragramas de relatos en el blog, tiene que esperar. Espero enfocarme mientras sigo escribiendo, por que eso no se detiene.

Muchas gracias por pasar y saludar. Espero seguir leyendo obras como ésta.

Saludos

http://lasalidavemos.blogspot.com

Unknown dijo...

Estimada:

Anda = que este humilde servidor...

no le saque el poto a la jeringa, o mejor dicho, el tecleo al pc. Vuelva pronto a las andanzas del blós. Sobre el texto... simplemente sublime, deberian haber hecho "Una historia violenta" en base a esto

cuidese un abrazo rrande pa usté y la veo en la cantina

MelyPaz dijo...

Gracias por pasar por mi blog =)
Me gustó el tuyo, sobre todo este cuento, tiene un final triste pero positivo.

Slaudos y ojalá actualices pronto.